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Mtro. Alejandro Silva Antúnez

Psicólogo y Psicoanalista

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lunes, 25 de marzo de 2013

El caso Juanito de Freud: ¿Qué es lo castrado en la castración?


Uno de los casos clínicos más importantes de Freud fue el de Hans (Juanito en castellano). Un niño de 5 años de edad que sufría de una intensa fobia a los caballos. El tratamiento del pequeño paciente fue realizado por su propio padre, no por Freud; este último sólo fungió como guía en el análisis de Juanito, recordemos que en la época esta práctica (analizar a familiares) era común.

El caso ha dado para muchas discusiones, desde las éticas y técnicas relativas al tratamiento de familiares, al análisis de niños, entre otras, hasta discusiones teóricas sobre la sexualidad infantil, el origen de las fobias, el complejo de Edipo, etc. Este trabajo en particular se enfoca en el complejo de Castración, piedra angular en el caso del pequeño Juanito.



El análisis de Juanito tuvo un papel fundamental en el descubrimiento y descripción del complejo de castración. De acuerdo con Laplanche y Pontalis, este complejo se centra en la fantasía de castración que aporta una respuesta al enigma, que la diferencia anatómica de los sexos, plantea al niño. Esta diferencia se atribuye al cercenamiento del pene en la niña. 

Esta teoría sexual del niño se ve influida por el momento de desarrollo psíquico pregenital presente, es decir que aunque el pene ya es durante la fase fálica la zona erógena más importante, teniendo su “pérdida” un fuerte impacto en el narcisismo, aún no se le concibe como un órgano con función reproductiva. 


¿Tiene el pene, como realidad anatómica, tal importancia en el complejo de castración?  ¿O lo que tiene valor es la fantasía de retaliación agresiva dirigida, durante la etapa fálica, al pene? ¿O lo importante es la función simbólica que adquiere la representación “pene” y por lo tanto la teoría infantil de castración  es la metáfora de alguna otra falta?


Freud señala desde La interpretación de los sueños la figuración simbólica de la castración, está representada por una falta, o bien por la insistencia en señalar el elemento fálico a través de la multiplicación de penes. Aquí le da a la castración el valor de símbolo, suceptible de ser desplazado, condensado, etc., es decir sujeto de las formaciones de lo inconsciente. 


Nuevamente Laplance y Pontalis apuntan respecto a la fantasía de castración que: “…se puede encontrar bajo diversos símbolos: el objeto amenazado puede desplazarse, el acto puede deformarse, y el agente paterno hallar los más diversos sustitutos.” Esta fantasía adquiere su efecto e importancia en el marco de la fase fálica del desarrollo psicosexual infantil, que “se caracteriza por la unificación de las pulsiones parciales bajo la primicia de los órganos genitales; pero a diferencia de la organización genital puberal, el niño o la niña no reconocen en esta fase más que un solo órgano genital, el masculino, y la oposición de los sexos equivale a la oposición fálico-castrado.”


Sin embargo, el conflicto teórico respecto a la universalidad del complejo de castración, y de su papel en la niña han levantado desacuerdos entre los psicoanalistas. Me parece que los intentos que han habido por resolver la polémica respecto al papel que este complejo generaría en la niña se dirigen a devolverle su papel de fantasía, de símbolo y representación, más que de realidad. 


Algunas alternativas se han dirigido a localizar experiencias de pérdidas previas a la castración que tengan el valor de significar en retrospectiva el papel que el complejo de castración tiene durante la fase fálica. Por ejemplo, haciendo uso de las equivalencias simbólicas entre diversos objetos parciales el mismo Freud propuso la equivalencia psíquica entre pene-heces-niño, siendo los tres objetos susceptibles de ser desprendidos del cuerpo en la fantasía infantil. Freud remite esta equivalencia pues las heces fueron el primer fragmento del ser corporal al que el niño tuvo que renunciar. 

Por ejemplo, Melanie Klein propone una lógica distinta al ubicar la angustia de castración en una fase de desarrollo más temprano, y que resulta diferenciada en sus efectos dependiendo del sexo del bebé. La angustia de castración en ambos casos parte de una fase femenina común en el desarrollo oral, se origina con la fantasía de succión del pene del padre tras hacer una sustitución del pecho por el pene que la madre ha incorporado. 


El interjuego de ataques fantaseados característico de la posición esquizo paranoide, y la ambivalencia posterior en el desarrollo psíquico, tienen consecuencias en la angustia de castración. Los ataques al interior del cuerpo de la madre, y a los penes-bebés dentro de ella resultan en angustias de ataques equivalentes en el propio cuerpo, especialmente en el caso de la niña, cuyo interior es particularmente proclive al daño dado que la ausencia de un órgano genital como el pene no permite el reaseguro, con la realidad, de su integridad. 


El varón sufre en menor medida de esta angustia de daño interno, pero teme la castración por el ataque del pene malo dentro del cuerpo de su madre, que al introducir el propio, sería destruido en retaliación. Green dice de la teoría kleiniana de la castración que la angustia resultante es un aspecto muy parcial de una angustia mucho mayor, cuyo objeto, es el cuerpo y su interior. 


El conflicto que veo con este tipo de planteamiento es que dicha amenaza de pérdida puede remontarse y referirse análogamente a un evento traumático cada vez más temprano en el desarrollo. Pienso que referirlo a una protoexperiencia, ya sea de pérdida o de angustia, quita el sentido y significado particular que cada pérdida tiene en el Anlage  de cada etapa del desarrollo psíquico.


Otra explicación original sobre el complejo de castración es la que brinda Lacan al retomar el concepto del falo que Freud insinuó, y organizar bajo él, toda la estructura de su teoría. Lacan pone nuevamente al centro de la discusión psicoanalítica el complejo de Edipo, siendo el complejo de castración básico para originarlo. 


Por varios años las investigaciones, como las de Klein, se habían enfocado en las etapas preedípicas.


Nasio señala 3 puntos centrales en la teoría lacaniana respecto a su concepción del humano, en primer lugar lo define como un hombre que simboliza, que metaforiza, y en el cual, la realidad no existe sino representada. Dice que vivimos en la metáfora, es decir que siempre suplimos la realidad por otras cosas que la designen, vive la realidad representada y el inconsciente es el conjunto de representaciones organizadas entre sí, como lenguaje del que él no tiene consciencia.


En segundo lugar, el hombre de Lacan es un hombre que desea, que quiere, que busca. Está ligado a las pulsiones, el deseo no se realiza nunca totalmente, sólo parcialmente, y ni sabemos que estamos animados por un deseo, ni tampoco sabemos muy bien de qué cosa es ese deseo. Esto lleva al tercer punto, que hace que el hombre de Lacan sea un hombre del reencuentro, del encuentro fallido y perdido. De ahí su expresión “no hay relación sexual” en el sentido de una relación completa, genital, y en que el deseo se colme, pues todos somos sujetos de una falta y no podemos brindar aquello de lo que carecemos.


En su teoría acerca del complejo de castración, se anudan los 3 registros de los que Lacan habla, la frustración corresponde al imaginario, la privación corresponde a lo Real, y finalmente la castración a lo Simbólico. Lacan plantea que el niño y la niña, insertos en un sistema cultural simbólico desde antes de su nacimiento, son quienes insisten en que algo falte al constatar la diferencia anatómica entre ellos, y el significado que brindan a esa falta depende de cómo se simbolice en su Edipo.


La falta originaria, al igual que en otras teorías, se remonta al desarrollo temprano. En este caso parte de dos sitios, el primero propio del bebé, quien busca repetir en toda satisfacción libidinal la huella mnémica producida por la primera satisfacción, es decir busca en el exterior rencontrar el objeto inexistente que brinde la plenitud absoluta. Esta búsqueda, mientras sea incompleta, moviliza las pulsiones.


En segundo lugar, esta falta originaria proviene de la madre misma, designada por su función como Otro. Es el Otro quien representa la posibilidad de completud absoluta que el bebé busca, pero ese Otro también es incompleto y no puede brindar aquello que no tiene. Todo este intercambio de expectativas imaginarias imposibles, pues el Otro-madre también desea colmar su falta con el bebé-falo, Lacan lo llama frustración. 


Luego la privación, en la que la falta se encuentra en algo real, como en el caso de la diferencia anatómica de los sexos y la oposición castrado-fálico. Sin embargo, todo esto cobra sentido a partir de la capacidad simbólica del sujeto, pues para Lacan no existen ni el hombre ni la mujer en lo real, sino desde lo simbólico, “donde lo real del cuerpo es organizado a través de lo simbólico, generando lo imaginario de una “individualidad”.


La castración se da cuando aparece en escena la Ley Paterna, y organiza las otras dos categorías de falta.  Para que la castración tenga sentido, exige la frustación, es decir la renuncia a ser el falo de la Madre, pero también le da sentido a la privación, pues solo desde lo simbólico la privación es concebible. 


Así planteado, el complejo de castración resulta de la simbolización que se hace sobre el objeto de la falta, el falo. En la etapa fálica, el pene como presencia o ausencia sólo tiene importancia respecto a cómo se haya asociado con el significante de la falta, el falo. Plantea una igualdad en el desarrollo infantil de niños y niñas previo a que la castración, como simbolización de la falta, tiene efecto.


En todo caso, pienso que lo castrado tiene poco que ver con el pene como realidad anatómica, coincido con las perspectivas que toman el concepto como símbolo de otra cosa, quizá pecho-pene de la madre, quizá la posibilidad de la completud a través de ser el falo de la madre, pero tomando como punto de partida la realidad anatómica que dispara, como Freud dedujo, una serie de fantasías que intentan explicar dicha diferencia. 


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